domingo, 27 de mayo de 2012

Capítulo 5


-Estúpido angelito. Encima de largarse con la rubia esa tiene la caradura de meterse en
mis pensamientos. – Mientras renegaba en voz baja me quité el pijama y me dirigí a la caja en
la que ponía ‘‘ropa de verano’’.

Parece que hace calor o al menos la gente a la que se veía desde el balcón iban en
pantalones cortos. Cogí una camiseta de tirantes roja con una estrella en el medio y una falda
vaquera. Me puse las converse y me recogí el pelo en una coleta. Bajé las escaleras y salí
fuera con Paula. Nada más salir les busqué con la mirada pero al parecer no estaban aquí.

-No están aquí. –Con una media sonrisa Paula me señaló el cielo. –Se han ido
‘’volando’’ – Nos reímos con el doble sentido de la frase. Tenía que preguntarle cosas.
-Entonces, ¿tú también los ves? – Asintió. –Increíble. ¿Desde cuándo os conocéis tu y
Melissa?
-Desde hace dos meses más o menos. Un día noté una sensación extraña, como de
que me estuvieran mirando. Me puse muy nerviosa pensando que podía ser algún maniático o
algo parecido, pero al día siguiente se me acercó una chica guapísima en el jardín de mi casa.
Lo único que la hacía diferente de las demás chicas es que tenía alas. – Se encogió de
hombros. – Siempre había creído en los ángeles porque mi familia es muy religiosa así que no
me costó aceptar que Melissa era mi ángel guardián. – Me miró con algo de compasión. –
Tengo la sensación de que a ti te costó algo más de aceptar, ¿no?

-Me costó muchísimo, estuve apuntito de llamar a la policía y de atacarle con un
peine. – Soltó una carcajada. Sacudí la cabeza. – A pesar de que veía las alas todavía me
costó bastante asimilarlo. Hasta que me dejó tocarlas y entendí que eran de verdad. Es
imposible que ninguna persona hiciese algo tan hermoso… - Me callé. Paula se había parado
en medio de la calle y me miraba fijamente. -¿Qué?

-¿Te ha dejado tocarle las alas? –No se lo creía.
-Pues sí. ¿Tú no se las tocaste a Melissa? – Negó con la cabeza. -¿Y eso?
-Los ángeles son muy celosos respecto a sus alas. Son lo que más quieren. No suelen
dejar a nadie que no sea su pareja que las toqué. – Se encogió de hombros. – O al menos eso
fue lo que Lissa me contó.
-¿Lissa? – Pregunté. Aunque mi cabeza estaba analizando otras cosas. ¿Su pareja?
Imposible. Él solo me las dejó tocar porque sabía que era lo único que podría convencerme de
que era un ángel. Volví a prestar atención a Paula que en ese momento contestaba a mí
pregunta.
-Así llamo yo a Melissa. –Una sonrisa malévola se dibujó en su cara. – A ella no le
hace ni pizca de gracia que la llame así. Dice que ella se merece un nombre con ‘‘clase’’ y que
los diminutivos son muy vulgares. – Solté una carcajada. Me cae muy bien esta chica.
Sobretodo si disfruta molestando a la Rubia esa.
-¿No te cae bien? – Pregunté.
-Si que me cae bien, bastante bien la verdad. Pero hay veces en que necesita que
alguien le baje los humos. Es muy creída y puede llegar a resultar insoportable. Pero siempre
que puede te ayuda y te aconseja. – Paró en frente de un colegio con las paredes de color
amarillo y naranja. Parpadeé, era imposible mirarlo durante más de cinco segundos. El color te
hacía daño a la vista. Paula se rió de mi expresión. – Sí, es un poco difícil de mirar pero es
bastante alegre ¿no crees?
-Si tu lo dices…Yo creo que a las siete de la mañana más de uno se debe de quedar
ciego de tanto color. – Nos echamos a reír.
-Bueno, pues ahí lo tienes. Tu próximo instituto. ¿Cómo era tu otro instituto? – Me
preguntó mientras volvíamos a andar. Me quedaba bastante cerca de casa, así que podría ir
andando. Lo que significaba que llegaría varios días tarde a clase. Suspiré.

-Pues… era oscuro y tétrico, por eso me ha sorprendido tanto los colores de este. Allí
eran todos grises o marrones, de colores apagados. – Me acordé de Amanda y de Geoffrey.
Seguramente era por lo que me había pasado con ellos que todo lo que recordaba de mi
antiguo instituto era apagado y triste. – Aunque pasé algunos días muy divertidos allí. – Me reí.
Paula me miraba interrogante. – Me estaba acordando de una profesora a la que le gastamos
una ‘‘pequeña’’ broma. Siempre que llegaba a clase se apoyaba en una de las esquinas de su
mesa y parecía como que se restregaba en ella. Entonces los de mi clase decidieron pintar las
esquinas de su mesa con tiza, y cuando ella vino y se restregó… - Soltamos una carcajada. –
Bueno ya te imaginas lo que le pasó. Todo el instituto se enteró y cada vez que la veíamos no
podíamos evitar reírnos.

-Pobrecita. – Dijo sin dejar de reírse. Paramos delante de una casa que estaba a tan
solo tres calles de distancia del instituto. – Mi casa. – Dijo imitando a E.T. Otra tanda de risas.
Hacía tiempo que no me reía tanto. Esta chica era increíble. – Bueno, ¿qué te parece?

¿Qué qué me parecía? Guau. Eso fue lo que pensé cuando la vi. Era una mansión.
Bueno igual exagero un poco pero era enorme. Y antigua. No quiero decir que se estuviera
cayendo en pedazos si no que se notaba que la casa tenía muchísimos años ya que ese tipo
de casas ya no se veían casi nunca. Un jardín enorme con flores de todo tipo rodeaba la casa.
Era muy hermoso, pero había algo que fallaba…

-¿Enanitos? – El jardín estaba lleno de enanitos. Grandes, pequeños,… de todos los
tipos. La miré con curiosidad. Ella bajó la mirada avergonzada.
-Bueno, pues resulta, que yo… colecciono enanitos de jardín. – Me dijo medio
susurrando. Estaba muy roja. La verdad es que era un hobbie muy raro pero ¿quién era
 yo para decir nada? Me miró como esperando mi reacción. Me encogí de hombros.
-No están raro. –Me miró sin creérselo. Sonreí. –Bueno la verdad es que un poco rarito
sí que es. –Se echó a reír.
-¿No te importa? – Preguntó. Negué con la cabeza.
-La verdad es que no. Me caes bien, que tengas un… hobbie más excéntrico que el de
otra persona no significa que vaya a dejar de hablarte o que me caigas peor. – Le contesté
sincera. Me sonrío tímida y me dio un pequeño abrazo.
-Gracias. – Parecía que debajo de esa fachada de chica guay había una gran
inseguridad después de todo. - Bueno mejor dejamos este tema tan deprimente y continuo
enseñándote la casa.

Al contrario de lo como me imaginaba que sería por dentro no había telarañas ni
muebles victorianos en la casa. Era muy moderna y minimalista. Chocaba mucho el estilo de la
casa por fuera y su decoración. A pesar de que era muy bonita me dio la sensación de que
estaba vacía por dentro. No transmitía esa sensación de calidez y alegría que desprenden
algunas casas, sino mas bien la sensación era estéril, falta de sentimientos. Me resultaba
extraño ya que Paula no parecía ser esa clase de persona, pero ¿quién sabe? a penas la
conocía.
Salimos al jardín trasero mientras Paula me iba señalando todas la habitaciones que
salían a nuestro paso.

-Mi habitación está arriba, luego te la enseño.
-¿Hay más enanitos asesinos en tu habitación? – Su risa cristalina retumbó por las
paredes.
-No, los enanitos los reservo todos para el jardín. Te prometo que no te atacará
ninguno en mi habitación. – Respondió burlona.
La iba a responder cuando salimos al la parte de atrás del jardín, pero me quedé sin
habla. Guau. Si el delantero era definitivamente hermoso (a pesar de los enanitos asesinos) el
trasero se había convertido en un instante en mi favorito. Estatuas de parejas, de ángeles,
hadas, … todas capturadas con una belleza frágil y hermosa. Estaban esparcidas alrededor del
jardín.  Me acerqué a una que representaba a un niño sonriendo mientras abrazaba a un perro.
Estaba tan detallada que parecía que en cualquier momento el niño se echaría a reír y el perro
saldría corriendo.
-Son hermosísimas. ¿Quién las ha hecho? – Al ver que no me contestaba me giré
hacia ella. Miraba al niño con cariño mientras lo acariciaba.
-Las hizo mi hermana. – Contestó distraída mientras se giraba para mirarme. Antes de
que pudiese preguntarla algo más me cogió de la mano. – Ven, mira. Allí es donde vamos a
hacer la fiesta.

Me condujo hasta el lateral de la casa. Nada más doblar la esquina me quede
boquiabierta. Era una piscina enorme. Pero eso no fue lo que me llamó la atención, sino que el
fondo de la piscina  estaba cubierto por pequeñas piedrecitas de colores. Parecía que un arco
iris se había colado en la piscina. Flotando por encima del agua habían unos cuantos globos
también de diferentes colores. Grandes y pequeños.

-Aquí es donde voy a hacer la fiesta. – Dijo Paula que ya había recuperado su sonrisa.
Me señaló una mesa enorme de madera y me guiñó el ojo. – Y ahí es donde estarán las
bebidas.
-Genial. – Dije. La verdad es que no me gustaba mucho beber, no tolero muy bien la
bebida, pero por una vez no pasaría nada. Además todo el mundo bebe en las fiestas. Una voz
a mis espaldas hizo que pegara un respingo y me distrajera de lo que estaba pensando. Me
giré sorprendida.
-Como ángel de la guarda de Carol que soy, la prohíbo terminantemente beber.
-¿¡Que tú me prohíbes beber!? – Grité enfadada. Trevor hizo una mueca al escuchar
mi grito pero enseguida se recompuso. Me fijé en que Paula nos había dejado para que
habláramos a solas.
-Mientras estés bajo mi cuidado te quiero lejos de cualquier cosa que altere tus
sentidos. Después de lo que pasó anoche no creo que debas beber nada.
Cada vez estaba más enfadada. Pero ¿quién se creía que era el angelito este? Cuando
se fue a hablar en “privado” con la rubia esa bien que no le preocupaba mi seguridad. Y ahora
me venía con exigencias.
-Mira vas listo si crees que te voy a hacer caso. Si quiero beber, bebo. Haré lo que me
de la gana. – La verdad es que estaba orgullosa de mi misma. Le había puesto las cosas claras
sin distraerme con sus ojos verdes ni sus hermosas alas. Aunque por la cara que tenía no
parecía haberme hecho mucho caso.

Se acercó lentamente si dejar de mirarme a los ojos ni un momento. Me observaba de
la misma forma que el cazador mira a su presa. Volvía a buscar a Paula con la mirada por si se
había asomado a la ventana para mirar o algo. Pero nada, ni rastro de ella. Mierda. No quería
estar a solas con él. Cuando nuestros cuerpos casi se rozaban en cada respiración se paró. Se
inclinó y me susurró al oído.

-Entonces al parecer necesitarás un acompañante que te cuide y te vigile durante la
fiesta. No vaya a ser que te pongas a bailar encima de las mesas o algo.
Su cercanía y el calor que sus ojos transmitían consiguieron que tardara más de una
minuto en comprender lo que me decía. Le fulminé con la mirada.
-No vas a venir conmigo. Además no soy una borracha . Sólo me emborraché una vez
y no me pasó nada. – Esbozó una pícara sonrisa. Me ruboricé. Sabía que mentía.
-¿Estás segura de eso?
-¡Pues claro que sí! – Contesté todavía ruborizada. La verdad es que no me acordaba
de nada de esa noche. Tenía imágenes borrosas. Estuve bailando con… con alguien. Y luego
me fui. No recordaba ni al chico ni nada de lo que hice después de eso.
-¿No te acuerdas que te dije que al ser tu ángel de la guarda he estado vigilándote
durante casi toda tu vida?
-¡Eh! ¡Eso no me lo dijiste! ¿Es que no sabes lo que es la intimidad? – Mientras yo
pensaba en todas la cosas que él me habría visto hacer él se encogió de hombros como
restándole importancia.  – Y además ¿qué tiene que ver eso con lo que estábamos hablando?
- Que yo sí que sé lo que hiciste esa noche. Y créeme si no hubiese intervenido, el final
no te hubiese gustado nada.
-¿Qué final?¿Qué fue lo que me pasó? – Me estaba preocupando. ¿Qué habría hecho
esa noche?

miércoles, 9 de mayo de 2012

Capítulo 4


        -¿¡Mi ángel de la guarda!?
        -El mismo.
        -Pero... – De repente me enfurecí. - ¿Y se puede saber dónde estabas ayer
cuando se colaron en mi casa?
-Contigo. Era el gato. Por cierto, acertaste de lleno con el nombre ¿no crees?
-Entonces...- Dije ignorando su último comentario. - ¿tu viste quién fue?
-No, y aunque lo hubiese visto no te lo podría decir. – Empecé a protestar.
Levantó la mano. – Espera. Escúchame. Estoy aquí para ayudarte y cuidarte, pero no
puedo interferir en tu vida, tienes que tomar tus propias decisiones.

Suspiré. Ya sabía yo que no podía ser todo tan fácil. Tenía que averiguar quién
entró anoche en casa. Me acordé de la flor. ¿Qué podría significar? Tiene que ser algo
importante para que el tipo se arriesgase a entrar otra vez en casa. Estaba sentada en la
cama pensando en eso cuando me di cuenta de que no sabía el verdadero nombre de
Ángelo. Y además ¿qué haría con él? Supuestamente es mi ángel de la guarda por lo
que no podía echarlo así como así, y si era lo que afirmaba sería mejor tenerlo a mi lado,
podría serme de utilidad. Pero lo estaba empezando a dudar.

-¿Se puede saber que haces con mi sujetador? – Se lo quité de un tirón de las
manos. Me miraba curioso.
-¿Qué es eso? – Puse los ojos en blanco. Me estaba vacilando. Le miré a la cara.
Estaba serio. ¿Podría ser qué no lo supiera?
-¿No sabes lo qué es un sujetador? – Negó con la cabeza. – Pues... - ¿Cómo se lo
explicaba? Me puse roja. – Es lo que las mujeres se ponen bajo la ropa para cubrirse el
pecho. – Asintió serio.
-Como un corsé. – Moví la cabeza afirmativamente todavía extrañada de que no
supiese lo que es un sujetador. – Pero es mucho más pequeño. – Se lo dejé y lo estuvo
examinando un rato. Luego me volvió a mirar con los ojos entrecerrados. - ¿Tu llevas
uno?
-Claro. Casi todas las mujeres lo llevan. Sobretodo las que tienen el pecho más
grande.
-Interesante. – Rebuscó un poco más en el cajón. Estaba apunto de cerrarlo y
apartarlo cuando saco un tanga negro. Me puse aún más roja. - ¿Y esto? – Lo examinó
de cerca. Se lo arranqué de las manos, lo guardé en el cajón y lo cerré.
         -Se acabó el cotillear mi ropa interior. Todavía no he terminado de hacerte
preguntas. – Sonrió. Desconfié enseguida de esa sonrisa. ¿Qué se proponía?
-Contestaré a todas tus preguntas. – Respiré aliviada. – Si... – Mierda. – me dices
qué era esa cosa con hilo que saqué antes de tu cajón.

No se lo pensaba decir. Solo lo quería saber porque sabía que me daba
vergüenza. Menudo ángel guardián. Pero si no le contestaba no pensaba darme
respuestas. Me empezaba a doler la cabeza.

-Vale. Te lo diré. – Su sonrisa se hizo más grande. - ¿Sabes lo qué son las
braguitas? – Asintió. – Pues lo mismo solo que la parte de atrás es más pequeña. – Ya
está, ya se lo había dicho. – Ahora dime porqué te han asignado a mí. – Parecía que
todavía pensaba en lo que le había contado. Hombres, ya tengan alas o no son todos
iguales. Se sentó en la cama y al encoger los hombros me rozó con una de sus alas. – ¿No
las podrías hacer más pequeñas? La habitación no es muy grande y vas a acabar
rompiendo algo.

Volvió a chasquear los dedos y salió una especie de luz banca. Al momento se
apagó y vi que sus alas habían desaparecido. En su lugar había una camiseta banca que
se le pegaba al pecho. Me miró. Estaba buenísimo. Otra vez pensando en lo mismo,
como siguiera así me iba a empezar a preocupar. Más tarde tendría que preguntarle como
hacía lo de la luz blanca.

-Así está mejor. Ahora dime porqué te asignaron a mí.
-Por nada en especial. Los ángeles de mayor grado eligen a las personas que están
más necesitadas de ayuda.
-¿Entonces por qué no ayudáis a los pobres? – Pregunté confusa. Había gente que lo
necesitaba más que yo. Negó con la cabeza.
-No funciona así. Antes había muchos ángeles pero ahora la gente no cree en nosotros
por lo que cada vez hay menos, así que no podemos ayudar a todo el mundo. Además tiene
que haber un equilibrio entre las cosas. No todo puede ser malo ni todo bueno. Todas esas
cosas nos hacen madurar y evolucionar.
-Pero eso no es justo. – Repliqué.
-Yo no he dicho que sea justo. Es simplemente la vida. – Sus ojos me miraban serios.
Parecía que había envejecido siglos de golpe. Decidí cambiar de tema. No me gustaba que
estuviese tan serio.
-Esta relación no va a funcionar. – Dije.
-¿Por qué? – Parpadeó confuso por el cambio de tema.
-Llevamos como una hora juntos y todavía no se cómo te llamas. – Se echó a reír. Así
estaba mejor.
-Mi nombre es Trevor, encantado de conocerte. – Dijo llevándose mi mano a sus labios
como se hacía antiguamente mientras me miraba fijamente a los ojos. Dios. Como siguiera
mirándome así iba a acabar desmayándome.
-Yo soy...
-¡¡Carolina!! – Era mi madre. Quité mi mano de la suya. Me había olvidado de ella. –
¡¿Estas despierta?! – Si no lo estuviera ya me hubiese despertado.
-¡Sí! ¡Ya bajo! – Me giré hacia Trevor que se estaba riendo por lo bajo. – Bueno ya se a
ocupado mi madre de decirte como me llamo.
-Ya lo sabía. Por si no lo recuerdas soy tu ángel guardián.
-Umm sí. –Todavía me costaba aceptarlo. – Voy a ver que quiere.
-Vale. – Abrí la puerta y salí. Estaba llegando a las escaleras cuando me di cuentas de
que no estaba sola.
-Pero que haces. – Susurré. - ¿Qué quieres que se entere mi madre de que estas
aquí? ¿Estás loco? – Suspiró.
-No esperarías que me quedara en la habitación solo hasta que llegases ¿y si te pasa
algo? Tengo que estar contigo todo el rato.
-¿Seguro qué no eres un acosador? – Me fulminó con la mirada. – Vale, vale, solo me
 aseguraba. Pero entonces mi madre te va a ver. – Dije preocupada. La daría mal. Se enfadaría.
Mucho. Muchísimo. Y luego me castigaría.
-No te preocupes por eso. Te voy a enseñar un truquito. – Dijo sonriendo.

Chasqueó los dedos y apareció otra vez la dichosa luz blanca. Me iba a acabar dejando ciega.
No se había movido. La verdad es que estaba exactamente igual. Aunque... su imagen era un
poco borrosa. Parpadeé. Estaba ahí pero se veía raro. Como si no fuese sólido. Alargué la
mano y le toqué en el brazo. Estaba ahí.

-¿Se puede saber qué has hecho? – Dije confusa.
-Me he hecho invisible – Contestó mientras me miraba con una sonrisa irónica, como
anticipándose a mi reacción que pensaba que iba a ser de incredulidad. Me empecé a reír con
un pequeño deje de histeria. Que equivocado estaba. Me miró como si me hubiese vuelto loca
y eso hizo que me riera aun más.

-Vale. Te creo. – Contesté mientras me secaba las lágrimas. Se acabó. Acababa de
perder el último tornillo que me quedaba. Me seguía mirando como si en cualquier momento
me fueran a salir cuernos de la cabeza. Bueno, después de todo lo que había visto hoy, nada
era imposible.
-¿Estás bien? – Preguntó preocupado.
-Claro, ¿por qué no iba a estarlo? ¿No es lo más normal del mundo que un ángel se te
aparezca en la habitación y que luego te diga que se acaba de volver invisible como si
estuviera hablando de algo tan normal como del tiempo? – Le miré furiosa. Vaya. Al parecer
hoy iba a estar todo el día con cambios de ánimo. ¿Me estaría volviendo bipolar? - ¿Tu qué
crees?
-Hombre yo no creo que te estés volviendo bipolar. –Respondió divertido. Un momento.
¿Acababa de leerme la mente? – Sí Carol, te puedo leer la mente. – Definitivamente ÉL se lo
estaba pasando genial hoy.
-¿¡Qué?!
-¡Carol! – Dijo su madre subiendo las escaleras. Parecía preocupada. – ¿Se puede
saber qué es este escándalo? – Normal que estuviera preocupada si estaba escuchando a su
hija de diecisiete años hablando sola y a gritos. Noté que me ponían algo en la mano. Era mi
móvil.
-Haz como que hablabas por él. –Me susurró. Miré a mi madre y luego otra vez a él.
Así que era verdad que se podía hacer invisible. Le miré con incredulidad. – Vamos.

-Estaba hablando por el móvil. Lo siento. He armado mucho escándalo ¿no? – Pude
ver como mi madre se relajaba notablemente y suspiraba aliviada. Trevor estaba al lado suyo
haciéndole gestos lo que hacía que mi voz sonase tensa.

- No te preocupes. – Dijo sin percatarse de los gestos y las muecas de Trevor. Cuando
se fuera mi madre le mataré. Lentamente y sin piedad. Sonaba bien. – Tienes visita. – Eso me
distrajo de mis pensamientos homicidas. ¿Visita? Pero si no conocía a nadie… - Es una chica
muy maja. Me dijo que os conocisteis ayer en el supermercado. Se llama Paula. –Añadió por si
todavía no la había reconocido. ¿Cómo habrá adivinado en qué casa vivimos?
-Ya sé quién es. ¿Dónde está?
-En la cocina. Nos ha traído una tarta de manzana riquísima. A sido muy amable por su
parte ¿no crees? – Mi madre, decía mi abuela, era como los hombres… se la conquistaba por
el estómago. Así que ahora mismo Paula era algo parecido a un dios por parte de mi madre.
-Si ha sido muy amable.

Mientras bajábamos las escaleras me di cuentas de que Trevor me miraba. ¿Qué
quiere?, me dijo moviendo los labios. Me encogí de hombros. Ni idea. De pronto me acordé de
la fiesta. No me había dicho donde era. Igual había venido a decírmelo. Entramos en la cocina.
No quedaba ningún desperfecto de ayer. Mi madre lo había limpiado a conciencia.
Seguramente esta era su forma de hacer como si nada hubiera pasado. Paula estaba sentada
en un taburete alto bebiéndose un café que seguramente le había dado mi madre y
comiéndose un trozo de la tarta de manzana. Hay que reconocer que tenía buena pinta.

Cuando entramos se giró y me sonrió. Vaya. Se me había olvidado lo guapa que era.
No llevaba puestas las gafas del otro día, seguramente se habría puesto lentillas. Tenía sus
rizos negros recogidos en una coleta y llevaba puesto unos leggins y una camiseta ajustada.
Llevaba un IPod enganchado a los leggins. Parecía que acababa de venir de correr o de hacer
deporte. Me giré a mirar a Trevor. Seguro que a pesar de ser un ángel la estaría mirando
embobado. Pero no la estaba mirando a ella. Me miraba a mí mientras sonreía burlón.
Miré hacia Paula avergonzada. ¿Me habría leído la mente? Paula miraba fijamente a Trevor.
Agrandé los ojos ¿no se suponía que era invisible? Trevor me devolvió la mirada también
preocupado. ¿Cómo podía verle? Dirigí mi mirada otra vez hacia Paula pero esta ya no estaba
mirando hacia aquí sino que miraba a otra chica que acababa de acababa de aparecer en mi
cocina. Bueno lo de chica es relativo ya que era ¡otro ángel! ¿¡Pero que pasaba en mi casa que
parecía que todos los ángeles acudían a ella?! Como le haya invitado Trevor lo mataría. Otra
vez. Mire a la chica que acababa de aparecer. Parecía estar manteniendo una conversación
silenciosa con Paula. ¿Cómo es que ella también podía ver los ángeles?¿Sería aquella chica
su ángel de la guarda? Ella sí que se parecía a los ángeles que aparecían en los cuadros.
Tenía un hermoso rostro (¿Es qué ninguno era feo?) enmarcado por unos sedosos rizos rubios
que le llegaban a la mitad de la espalda. Tenía unos ojos azules que parecían refulgir. Sus alas
eran un poco más pequeñas que las de Trevor, pero mientras que las de él son de un azul
oscuro las de ella son blancas con las puntas rosas. Son muy hermosas y parecen muy
delicadas, como ella. Sé que las comparaciones son odiosas pero no pude evitar compararnos.
Éramos completamente opuestas. Nos miramos como analizándonos. Suspiré. Ella era
guapísima y yo… ¡Basta!¿Qué dije el otro día? Que se acabo el compadecerse de si misma.
Ella era muy guapa pero yo también. Y además yo tenía más tetas. Como si ese pensamiento
me hubiese dado fuerza. Levanté el mentón con orgullo y le sonreí. Pero ella ya no me estaba
haciendo caso, miraba por encima de mi hombro a Trevor.

-Trevor… - Tenía una voz dulce. Tal vez demasiado. Era demasiado empalagosa. Te
gusta oírla un rato pero luego te resulta insoportable. Miré a Trevor, al parecer se conocían. Me
dio un pequeño pinchazo en el corazón.
-Melissa. – Dijo él con frialdad. Era la primera vez que le veía tan serio. ¿Qué habrá
pasado entre ellos para que la trate con tanta frialdad? ¿Habrían sido novios? Otro pequeño
pinchazo. Hoy si que estaba sensible.
-Carol cariño, saluda a tu amiga. – Señaló mi madre.
-Oh si, perdona. – Me dirigí a donde estaba Paula esperándome con una sonrisita
cómplice. Se levantó y nos dimos dos besos.
-Lo de madrugar no es lo tuyo ¿no? Se te ve espesita. – No la estaba haciendo mucho
caso. Todo lo que podía hacer era mirar como la Rubia se acercaba a Trevor y le ponía una
mano en el pecho y le sonreía. ¿De qué iba? Hay que decir a favor de Trevor que no estaba
ensuciando el suelo con sus babas. Asintió con la cabeza a algo que le estaba diciendo ella y
se dirigió hacia mí.

-Voy a hablar un momento fuera con Melissa, vuelvo en seguida. Si tienes algún
problema por pequeño que sea llámame e iré volando. ¿Entendido? – No, no entendía. Cómo
quería que le entendiese si notaba sus manos en mi cintura y sus labios susurrándome en la
oreja. Aun así asentí. Me dedicó una de sus maravillosas sonrisas y se fue con la Rubia esa
pegada a sus talones. Paula que no se había perdido nada de nuestro intercambio habló en el
momento que salieron.

-Carol, ¿por qué no cogemos un trozo de tarta y vamos a dar una vuelta? Así mientras
hablamos te enseño el pueblo, ¿qué te parece?
-¿Qué qué le parece? ¡Le parece genial! – Mi madre estaba entusiasmada con la idea.
Quizá demasiado. – Así podrás distraerte. Anda ¡corred!¡Id a pasároslo bien! – Exclamó
mientras que nos cortaba un trozo de tarta a cada una y nos empujaba hacia la puerta. Ahora
lo entendía todo. Quería hacer como si nada hubiese pasado anoche. Estaba decidida a hacer
borrón y cuenta nueva. Había aceptado que solo fue una novatada o algo así como dijo la
policía. Pero yo no estaba tan segura de que hubiese sido una novatada. Estaría al loro por si
acaso. De pronto me di cuenta de algo.

-¡Mamá! Voy en pijama. ¿Quieres que me vea todo el mundo en pijama? – Negó con la
cabeza. – Pues entonces suéltame y déjame subir a cambiarme.
-Vale. – Dijo avergonzada. – Te esperamos aquí. – Una vez pasada su vergüenza me
gritó cuando iba por la mitad de las escaleras. – ¡Ponte guapa que haber si pillas algún novio!
Y yo quería morirme. Las carcajadas de Paula me acompañaron todo el camino hasta
que cerré la puerta de mi habitación junto con unas carcajadas ya no tan desconocidas que
sonaban dentro de mi cabeza.