domingo, 27 de mayo de 2012

Capítulo 5


-Estúpido angelito. Encima de largarse con la rubia esa tiene la caradura de meterse en
mis pensamientos. – Mientras renegaba en voz baja me quité el pijama y me dirigí a la caja en
la que ponía ‘‘ropa de verano’’.

Parece que hace calor o al menos la gente a la que se veía desde el balcón iban en
pantalones cortos. Cogí una camiseta de tirantes roja con una estrella en el medio y una falda
vaquera. Me puse las converse y me recogí el pelo en una coleta. Bajé las escaleras y salí
fuera con Paula. Nada más salir les busqué con la mirada pero al parecer no estaban aquí.

-No están aquí. –Con una media sonrisa Paula me señaló el cielo. –Se han ido
‘’volando’’ – Nos reímos con el doble sentido de la frase. Tenía que preguntarle cosas.
-Entonces, ¿tú también los ves? – Asintió. –Increíble. ¿Desde cuándo os conocéis tu y
Melissa?
-Desde hace dos meses más o menos. Un día noté una sensación extraña, como de
que me estuvieran mirando. Me puse muy nerviosa pensando que podía ser algún maniático o
algo parecido, pero al día siguiente se me acercó una chica guapísima en el jardín de mi casa.
Lo único que la hacía diferente de las demás chicas es que tenía alas. – Se encogió de
hombros. – Siempre había creído en los ángeles porque mi familia es muy religiosa así que no
me costó aceptar que Melissa era mi ángel guardián. – Me miró con algo de compasión. –
Tengo la sensación de que a ti te costó algo más de aceptar, ¿no?

-Me costó muchísimo, estuve apuntito de llamar a la policía y de atacarle con un
peine. – Soltó una carcajada. Sacudí la cabeza. – A pesar de que veía las alas todavía me
costó bastante asimilarlo. Hasta que me dejó tocarlas y entendí que eran de verdad. Es
imposible que ninguna persona hiciese algo tan hermoso… - Me callé. Paula se había parado
en medio de la calle y me miraba fijamente. -¿Qué?

-¿Te ha dejado tocarle las alas? –No se lo creía.
-Pues sí. ¿Tú no se las tocaste a Melissa? – Negó con la cabeza. -¿Y eso?
-Los ángeles son muy celosos respecto a sus alas. Son lo que más quieren. No suelen
dejar a nadie que no sea su pareja que las toqué. – Se encogió de hombros. – O al menos eso
fue lo que Lissa me contó.
-¿Lissa? – Pregunté. Aunque mi cabeza estaba analizando otras cosas. ¿Su pareja?
Imposible. Él solo me las dejó tocar porque sabía que era lo único que podría convencerme de
que era un ángel. Volví a prestar atención a Paula que en ese momento contestaba a mí
pregunta.
-Así llamo yo a Melissa. –Una sonrisa malévola se dibujó en su cara. – A ella no le
hace ni pizca de gracia que la llame así. Dice que ella se merece un nombre con ‘‘clase’’ y que
los diminutivos son muy vulgares. – Solté una carcajada. Me cae muy bien esta chica.
Sobretodo si disfruta molestando a la Rubia esa.
-¿No te cae bien? – Pregunté.
-Si que me cae bien, bastante bien la verdad. Pero hay veces en que necesita que
alguien le baje los humos. Es muy creída y puede llegar a resultar insoportable. Pero siempre
que puede te ayuda y te aconseja. – Paró en frente de un colegio con las paredes de color
amarillo y naranja. Parpadeé, era imposible mirarlo durante más de cinco segundos. El color te
hacía daño a la vista. Paula se rió de mi expresión. – Sí, es un poco difícil de mirar pero es
bastante alegre ¿no crees?
-Si tu lo dices…Yo creo que a las siete de la mañana más de uno se debe de quedar
ciego de tanto color. – Nos echamos a reír.
-Bueno, pues ahí lo tienes. Tu próximo instituto. ¿Cómo era tu otro instituto? – Me
preguntó mientras volvíamos a andar. Me quedaba bastante cerca de casa, así que podría ir
andando. Lo que significaba que llegaría varios días tarde a clase. Suspiré.

-Pues… era oscuro y tétrico, por eso me ha sorprendido tanto los colores de este. Allí
eran todos grises o marrones, de colores apagados. – Me acordé de Amanda y de Geoffrey.
Seguramente era por lo que me había pasado con ellos que todo lo que recordaba de mi
antiguo instituto era apagado y triste. – Aunque pasé algunos días muy divertidos allí. – Me reí.
Paula me miraba interrogante. – Me estaba acordando de una profesora a la que le gastamos
una ‘‘pequeña’’ broma. Siempre que llegaba a clase se apoyaba en una de las esquinas de su
mesa y parecía como que se restregaba en ella. Entonces los de mi clase decidieron pintar las
esquinas de su mesa con tiza, y cuando ella vino y se restregó… - Soltamos una carcajada. –
Bueno ya te imaginas lo que le pasó. Todo el instituto se enteró y cada vez que la veíamos no
podíamos evitar reírnos.

-Pobrecita. – Dijo sin dejar de reírse. Paramos delante de una casa que estaba a tan
solo tres calles de distancia del instituto. – Mi casa. – Dijo imitando a E.T. Otra tanda de risas.
Hacía tiempo que no me reía tanto. Esta chica era increíble. – Bueno, ¿qué te parece?

¿Qué qué me parecía? Guau. Eso fue lo que pensé cuando la vi. Era una mansión.
Bueno igual exagero un poco pero era enorme. Y antigua. No quiero decir que se estuviera
cayendo en pedazos si no que se notaba que la casa tenía muchísimos años ya que ese tipo
de casas ya no se veían casi nunca. Un jardín enorme con flores de todo tipo rodeaba la casa.
Era muy hermoso, pero había algo que fallaba…

-¿Enanitos? – El jardín estaba lleno de enanitos. Grandes, pequeños,… de todos los
tipos. La miré con curiosidad. Ella bajó la mirada avergonzada.
-Bueno, pues resulta, que yo… colecciono enanitos de jardín. – Me dijo medio
susurrando. Estaba muy roja. La verdad es que era un hobbie muy raro pero ¿quién era
 yo para decir nada? Me miró como esperando mi reacción. Me encogí de hombros.
-No están raro. –Me miró sin creérselo. Sonreí. –Bueno la verdad es que un poco rarito
sí que es. –Se echó a reír.
-¿No te importa? – Preguntó. Negué con la cabeza.
-La verdad es que no. Me caes bien, que tengas un… hobbie más excéntrico que el de
otra persona no significa que vaya a dejar de hablarte o que me caigas peor. – Le contesté
sincera. Me sonrío tímida y me dio un pequeño abrazo.
-Gracias. – Parecía que debajo de esa fachada de chica guay había una gran
inseguridad después de todo. - Bueno mejor dejamos este tema tan deprimente y continuo
enseñándote la casa.

Al contrario de lo como me imaginaba que sería por dentro no había telarañas ni
muebles victorianos en la casa. Era muy moderna y minimalista. Chocaba mucho el estilo de la
casa por fuera y su decoración. A pesar de que era muy bonita me dio la sensación de que
estaba vacía por dentro. No transmitía esa sensación de calidez y alegría que desprenden
algunas casas, sino mas bien la sensación era estéril, falta de sentimientos. Me resultaba
extraño ya que Paula no parecía ser esa clase de persona, pero ¿quién sabe? a penas la
conocía.
Salimos al jardín trasero mientras Paula me iba señalando todas la habitaciones que
salían a nuestro paso.

-Mi habitación está arriba, luego te la enseño.
-¿Hay más enanitos asesinos en tu habitación? – Su risa cristalina retumbó por las
paredes.
-No, los enanitos los reservo todos para el jardín. Te prometo que no te atacará
ninguno en mi habitación. – Respondió burlona.
La iba a responder cuando salimos al la parte de atrás del jardín, pero me quedé sin
habla. Guau. Si el delantero era definitivamente hermoso (a pesar de los enanitos asesinos) el
trasero se había convertido en un instante en mi favorito. Estatuas de parejas, de ángeles,
hadas, … todas capturadas con una belleza frágil y hermosa. Estaban esparcidas alrededor del
jardín.  Me acerqué a una que representaba a un niño sonriendo mientras abrazaba a un perro.
Estaba tan detallada que parecía que en cualquier momento el niño se echaría a reír y el perro
saldría corriendo.
-Son hermosísimas. ¿Quién las ha hecho? – Al ver que no me contestaba me giré
hacia ella. Miraba al niño con cariño mientras lo acariciaba.
-Las hizo mi hermana. – Contestó distraída mientras se giraba para mirarme. Antes de
que pudiese preguntarla algo más me cogió de la mano. – Ven, mira. Allí es donde vamos a
hacer la fiesta.

Me condujo hasta el lateral de la casa. Nada más doblar la esquina me quede
boquiabierta. Era una piscina enorme. Pero eso no fue lo que me llamó la atención, sino que el
fondo de la piscina  estaba cubierto por pequeñas piedrecitas de colores. Parecía que un arco
iris se había colado en la piscina. Flotando por encima del agua habían unos cuantos globos
también de diferentes colores. Grandes y pequeños.

-Aquí es donde voy a hacer la fiesta. – Dijo Paula que ya había recuperado su sonrisa.
Me señaló una mesa enorme de madera y me guiñó el ojo. – Y ahí es donde estarán las
bebidas.
-Genial. – Dije. La verdad es que no me gustaba mucho beber, no tolero muy bien la
bebida, pero por una vez no pasaría nada. Además todo el mundo bebe en las fiestas. Una voz
a mis espaldas hizo que pegara un respingo y me distrajera de lo que estaba pensando. Me
giré sorprendida.
-Como ángel de la guarda de Carol que soy, la prohíbo terminantemente beber.
-¿¡Que tú me prohíbes beber!? – Grité enfadada. Trevor hizo una mueca al escuchar
mi grito pero enseguida se recompuso. Me fijé en que Paula nos había dejado para que
habláramos a solas.
-Mientras estés bajo mi cuidado te quiero lejos de cualquier cosa que altere tus
sentidos. Después de lo que pasó anoche no creo que debas beber nada.
Cada vez estaba más enfadada. Pero ¿quién se creía que era el angelito este? Cuando
se fue a hablar en “privado” con la rubia esa bien que no le preocupaba mi seguridad. Y ahora
me venía con exigencias.
-Mira vas listo si crees que te voy a hacer caso. Si quiero beber, bebo. Haré lo que me
de la gana. – La verdad es que estaba orgullosa de mi misma. Le había puesto las cosas claras
sin distraerme con sus ojos verdes ni sus hermosas alas. Aunque por la cara que tenía no
parecía haberme hecho mucho caso.

Se acercó lentamente si dejar de mirarme a los ojos ni un momento. Me observaba de
la misma forma que el cazador mira a su presa. Volvía a buscar a Paula con la mirada por si se
había asomado a la ventana para mirar o algo. Pero nada, ni rastro de ella. Mierda. No quería
estar a solas con él. Cuando nuestros cuerpos casi se rozaban en cada respiración se paró. Se
inclinó y me susurró al oído.

-Entonces al parecer necesitarás un acompañante que te cuide y te vigile durante la
fiesta. No vaya a ser que te pongas a bailar encima de las mesas o algo.
Su cercanía y el calor que sus ojos transmitían consiguieron que tardara más de una
minuto en comprender lo que me decía. Le fulminé con la mirada.
-No vas a venir conmigo. Además no soy una borracha . Sólo me emborraché una vez
y no me pasó nada. – Esbozó una pícara sonrisa. Me ruboricé. Sabía que mentía.
-¿Estás segura de eso?
-¡Pues claro que sí! – Contesté todavía ruborizada. La verdad es que no me acordaba
de nada de esa noche. Tenía imágenes borrosas. Estuve bailando con… con alguien. Y luego
me fui. No recordaba ni al chico ni nada de lo que hice después de eso.
-¿No te acuerdas que te dije que al ser tu ángel de la guarda he estado vigilándote
durante casi toda tu vida?
-¡Eh! ¡Eso no me lo dijiste! ¿Es que no sabes lo que es la intimidad? – Mientras yo
pensaba en todas la cosas que él me habría visto hacer él se encogió de hombros como
restándole importancia.  – Y además ¿qué tiene que ver eso con lo que estábamos hablando?
- Que yo sí que sé lo que hiciste esa noche. Y créeme si no hubiese intervenido, el final
no te hubiese gustado nada.
-¿Qué final?¿Qué fue lo que me pasó? – Me estaba preocupando. ¿Qué habría hecho
esa noche?

4 comentarios:

  1. Pero que hizo???No me dejes así que me muero¡¡¡ Me encanta tu historia,pero aun mas me encanta Trevor, es tan intrigante...

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  2. me encantaa, sta super interesantee, porfii si tienes un huequitoo pasate por mi blog:

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  3. holaa! :) yo estoy con Lorah :P Me gusta mucho la historia...es misteriosa :D y sobre todo me gusta el angelito guardián de Carol: Trevor *O* espero el siguiente capítulo!!

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