Hay un momento en la vida de toda persona en que nos damos cuentas de que
tu tiempo se ha agotado. GAME OVER. Tu partida ha terminado, no puedes
meter más dinero. Como cuando te diagnostican una enfermedad sin cura, o
cuando pierdes a un familiar muy importante para ti. La causas dependen del
tipo de persona a la que le ocurra.
¿Cuándo descubrí yo que no me quedaba tiempo?¿Qué el resto de tiempo,
aunque continuara respirando, mi vida no valdría nada? Lo supe cuando unos
ojos del color del whisky me devolvieron la mirada en aquella fiesta. A pesar de
que no la conocí supe que iba a ser mi perdición. Que en algún momento la
perdería y eso nos mataría a los dos.
Aun cuando supe que lo nuestro seria el final también fue el principio. La
primera vez de miradas cómplices. La primera vez de abrazos. De besos. De
caricias en la oscuridad de la noche. Todavía recuerdo el día que le regalé el
cuaderno. Era un cuaderno normal, con las tapas de cuero y su nombre de
título en letras doradas. Le dije que escribiera en el cada momento en que el
corazón le latiera tan deprisa que fuera a salírsele del pecho. Nos reímos
cuando dijo que necesitaría más cuadernos.
Pasaron los años y nuestro amor aumentaba. Pero en mi corazón notaba una
sensación de pérdida. Algo iba a pasar. Cada día cuando nos despedíamos le
decía cuanto la amaba. Estaba preocupado. La única cosa que podría causar
un vacío tan intenso en mi, sería perderla. De vez en cuando me paraba a
pensarlo y no dormía. Ella me preguntaba la razón, pero yo la contestaba que
no era nada. Pero al final pasó.
Se fue tal y como vino. Suave y dulce. Durmiendo. Dos meses antes le
diagnosticaron una enfermedad grave. Los dos supimos que no nos quedaba
tiempo. Esos meses los pasamos recolectando recuerdos para nuestra
ausencia. El día en que se fue decidimos quedarnos juntos en casa. “Sabes
que nos volveremos a ver ¿no? Que aunque pasen los años siempre te
esperaré donde sea que vaya.” Después de decirnos te amo, nuestros labios
se rozaron por última vez.
Lancé sus cenizas al mar, junto con las del cuaderno de corazones, como ella
lo había bautizado. “Quiero ser libre. Quiero mecerme entre las olas y viajar a
través del mundo mientras te espero. Y de mientras podré recordar todos
nuestros momentos escritos en el cuaderno. Así nunca nos separaremos.”
Mi vida después de su muerte fueron un montón de días que solo notaba por
las arrugas y las canas que me salían. Era como una nota desafinada dentro
de una canción que era la vida. Estaba en ella pero había perdido el ritmo de
mi canción.
Viajé por el mundo como ella. Viajé a millones de sitios. En algunos me
quedaba unos años, en otros tan solo unos días. Almacenaba recuerdos y
emociones para cuando nos reencontráramos poder contárselos. Donde más
tiempo me quedé fue en Escocia. Permanecí allí los últimos cinco años de mi
vida. Me pasé veinte años viajando por lugares tan hermosos que enamorarían
el corazón de cualquier pintor. Pero Escocia conquistó mi corazón como lo hizo
ella. Salvaje e independiente, pero dulce al final. Sabía que ella también se
habría enamorado de este lugar al igual que lo hice yo. Todo me recordaba a ella. Desde las suaves colinas recubiertas de brezo,
hasta la niebla imponente que te impedía ver su belleza.
A mis cincuenta y cinco años mi vida llegó a su fin. No estaba asustado. Mi vida
terminó hace veinticinco años cuando ella desapareció. Supongo que debería
dar las gracias por los doce años que pude pasar a su lado pero solo fueron un
suspiro para mí. Por lo único que continué mi vida y no me uní a ella fue porque
sabía que ella no lo aceptaría. Ella querría que continuase con mi vida. Que
viviese. Que cumpliera mis sueños. Pero yo ya no tenía sueños. Mi único
sueño fue , es y será ella. Durante toda mi existencia.
Mientras exhalaba mi último aliento en lo único que podía pensar era en sus
ojos color whisky y en su largo cabello rojo. En su pícara sonrisa. Nada había
cambiado en ella. Seguía tan hermosa como al principio. ¿Y yo? Contemplé mi
cuerpo. Había vuelto a ser el joven que era entonces. Como cuando nos
conocimos. Como cuando nuestros corazones empezaron a latir en la primera
mirada.
Vi como extendía la mano hacia mí. Cuando nuestras palmas se tocaron,
cuando nuestros cuerpos se rozaron, cuando nuestros labios comenzaron a
danzar y nuestros corazones latía a unísono, por primera vez en tanto tiempo
nos sentimos completos. Sin separar nuestros cuerpos comenzamos a andar
hacía lo desconocido. Pero ya no había miedo. Ni tristeza. Solo ella y yo. Ella y
yo para siempre.
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