martes, 13 de marzo de 2012

Para siempre

Hay un momento en la vida de toda persona en que nos damos cuentas de que tu tiempo se ha agotado. GAME OVER. Tu partida ha terminado, no puedes meter más dinero. Como cuando te diagnostican una enfermedad sin cura, o cuando pierdes a un familiar muy importante para ti. La causas dependen del tipo de persona a la que le ocurra.

¿Cuándo descubrí yo que no me quedaba tiempo?¿Qué el resto de tiempo, aunque continuara respirando, mi vida no valdría nada? Lo supe cuando unos ojos del color del whisky me devolvieron la mirada en aquella fiesta. A pesar de que no la conocí supe que iba a ser mi perdición. Que en algún momento la perdería y eso nos mataría a los dos.

Aun cuando supe que lo nuestro seria el final también fue el principio. La primera vez de miradas cómplices. La primera vez de abrazos. De besos. De caricias en la oscuridad de la noche. Todavía recuerdo el día que le regalé el cuaderno. Era un cuaderno normal, con las tapas de cuero y su nombre de título en letras doradas. Le dije que escribiera en el cada momento en que el corazón le latiera tan deprisa que fuera a salírsele del pecho. Nos reímos cuando dijo que necesitaría más cuadernos.

Pasaron los años y nuestro amor aumentaba. Pero en mi corazón notaba una sensación de pérdida. Algo iba a pasar. Cada día cuando nos despedíamos le decía cuanto la amaba. Estaba preocupado. La única cosa que podría causar un vacío tan intenso en mi, sería perderla. De vez en cuando me paraba a pensarlo y no dormía. Ella me preguntaba la razón, pero yo la contestaba que no era nada. Pero al final pasó.

Se fue tal y como vino. Suave y dulce. Durmiendo. Dos meses antes le diagnosticaron una enfermedad grave. Los dos supimos que no nos quedaba tiempo. Esos meses los pasamos recolectando recuerdos para nuestra ausencia. El día en que se fue decidimos quedarnos juntos en casa. “Sabes que nos volveremos a ver ¿no? Que aunque pasen los años siempre te esperaré donde sea que vaya.” Después de decirnos te amo, nuestros labios se rozaron por última vez.

Lancé sus cenizas al mar, junto con las del cuaderno de corazones, como ella lo había bautizado. “Quiero ser libre. Quiero mecerme entre las olas y viajar a través del mundo mientras te espero. Y de mientras podré recordar todos nuestros momentos escritos en el cuaderno. Así nunca nos separaremos.”

Mi vida después de su muerte fueron un montón de días que solo notaba por las arrugas y las canas que me salían. Era como una nota desafinada dentro de una canción que era la vida. Estaba en ella pero había perdido el ritmo de mi canción.

 Viajé por el mundo como ella. Viajé a millones de sitios. En algunos me quedaba unos años, en otros tan solo unos días. Almacenaba recuerdos y emociones para cuando nos reencontráramos poder contárselos. Donde más tiempo me quedé fue en Escocia. Permanecí allí los últimos cinco años de mi vida. Me pasé veinte años viajando por lugares tan hermosos que enamorarían el corazón de cualquier pintor. Pero Escocia conquistó mi corazón como lo hizo ella. Salvaje e independiente, pero dulce al final. Sabía que ella también se habría enamorado de este lugar al igual que lo hice yo. Todo me recordaba a ella. Desde las suaves colinas recubiertas de brezo, hasta la niebla imponente que te impedía ver su belleza.

 A mis cincuenta y cinco años mi vida llegó a su fin. No estaba asustado. Mi vida terminó hace veinticinco años cuando ella desapareció. Supongo que debería dar las gracias por los doce años que pude pasar a su lado pero solo fueron un suspiro para mí. Por lo único que continué mi vida y no me uní a ella fue porque sabía que ella no lo aceptaría. Ella querría que continuase con mi vida. Que viviese. Que cumpliera mis sueños. Pero yo ya no tenía sueños. Mi único sueño fue , es y será ella. Durante toda mi existencia.

 Mientras exhalaba mi último aliento en lo único que podía pensar era en sus ojos color whisky y en su largo cabello rojo. En su pícara sonrisa. Nada había cambiado en ella. Seguía tan hermosa como al principio. ¿Y yo? Contemplé mi cuerpo. Había vuelto a ser el joven que era entonces. Como cuando nos conocimos. Como cuando nuestros corazones empezaron a latir en la primera mirada.

 Vi como extendía la mano hacia mí. Cuando nuestras palmas se tocaron, cuando nuestros cuerpos se rozaron, cuando nuestros labios comenzaron a danzar y nuestros corazones latía a unísono, por primera vez en tanto tiempo nos sentimos completos. Sin separar nuestros cuerpos comenzamos a andar hacía lo desconocido. Pero ya no había miedo. Ni tristeza. Solo ella y yo. Ella y yo para siempre.

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